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DÍAS 1 Y 2

¿Cómo no he caído antes? Desde que decidí ir al retiro hasta hoy he estado muy activo, más de lo normal. Este comienzo de mes ha estado lleno de novedades y me he dado cuenta de que requería un esfuerzo extra por mi parte. Hace más o menos unos diez días empecé una iniciativa para formar células en todas las ciudades que apoyasen la Revolución Silenciosa. Se llama “guiar el cambio”. Mi proyecto de vida: trabajar para unirnos todos en un solo pensamiento, el de respeto a toda forma de vida, al libre albedrío sin poner la zancadilla al otro, a la libertad de elección. Estamos en un planeta donde eso es posible: vivir con armonía.

Pero, como en todo, aparecen los claroscuros de la convivencia. Unos son pasivos y se dejan influenciar por la simple pereza de no pensar, y otros se aprovechan de esa situación. Pero hay un tercer tipo de personas capaces de elegir su destino y que no quieren que se aprovechen de ellos –al menos, inconscientemente–, y esos son con los que tenemos que unirnos para que un mundo mejor sea posible. Unirnos para formar un solo cuerpo, como lo hacen nuestras células.

Sería gracioso pensar que una célula del corazón riñera con otra de los huesos y discutieran si es mejor una que la otra. Dentro de la Madre Tierra se está engendrando un nuevo ser y nosotros somos las células que ayudarán a su formación. Análogamente a lo que ocurre en el interior de un óvulo fecundado, nuestra Madre Tierra es el óvulo y el meteorito es el espermatozoide. Así, creo yo, hace millones de años empezó la vida en la Tierra igual a lo que acontece con la creación de vida en este planeta. Lo que es arriba es abajo y a la inversa. Todo es una réplica; el macrocosmos es el microcosmos.

Haz el intento de imaginártelo: imagina un espermatozoide aproximándose a un óvulo y después cómo empieza la división celular. En el principio era uno y después fueron dos, y cuatro… hasta llegar a cada una de las formas de vida que habitamos este planeta. Los minerales, los vegetales, los animales… Todo está correlacionado para que la vida sea posible. El humano no es el único que cuenta. Pero parece que hay células cancerígenas que están minando la evolución de esta Tierra hacia una nueva etapa. Esas células son lo contrario de lo que la mayoría de las personas inteligentes de este planeta deseamos, porque ser inteligente no es destruir el lugar donde habitas. Tenemos que unirnos en un solo despertar y trabajar para no alimentar más el cáncer que evoluciona en la superficie de la Tierra. Todos unidos, podemos.

Sin embargo, antes tenemos que recapacitar y observar qué tipo de vida llevamos nosotros. Es posible que, sin darnos cuenta por la inercia de las cosas, estemos ayudando a ese colectivo que solo quiere la destrucción. Tenemos que reformarnos primero nosotros si queremos ver un cambio en este mundo. Este diario es mi granito de arena para facilitar unos ejercicios simples –pero no menos efectivos– y para contribuir en la autoayuda, la autoconciencia, la autonomía emocional, la espiritual…  El maestro reside dentro de cada uno.

Mentalmente ya había tirado la toalla, pero había algo dentro de mi interior que me empujaba más allá de la razón a apoyar el cambio. A la par con un grupo de amigos, emprendimos la iniciativa de crear una asociación. Al principio todo era bastante difícil: faltaban personas que quisieran implicarse plenamente, y no solo eso, creo yo, sino que no teníamos muy claro por qué lo teníamos que hacer. Nos dejábamos arrastrar por ese pensamiento de desánimo que circula por todo el planeta: «Si todo está bien, ¿qué puedo hacer yo? Ya hay muchas personas haciendo cosas». Esa clase de sentimiento ayuda a los “aprovechados” a oprimir más la libertad de todos nosotros y de otros seres. Pero la mayoría sentíamos tal atracción que, por mucho que las cosas no estuviesen claras, una y otra vez nos reuníamos para hablar de ello. Finalmente, el día 31 de marzo nos reunimos y fundamos la asociación.

Ayer, el primer día de abril, tenía que empezar mi retiro de veintiocho días de ayuno y meditación, pero no fue posible del todo. Sentía que era necesario preparar todo el tema de la página web de la asociación; era preciso entregar mi energía para ese fin. Por la mañana, como cada día, ayudé a mi madre a lavar a mi abuela de ochenta y nueve años, que necesita nuestras atenciones: prepararle el desayuno, curarle las heridas de los dedos del pie… Pero ese era el día. Tenía que empezar con mi programa de ayuno y, aunque no pudiese estar en reposo, sí que podía preparar mis intestinos con una buena limpieza.


Limpieza de los intestinos: agua con sal

Para empezar, se hierve un litro y medio de agua y se ponen dos cucharadas soperas rasas de sal marina. Una vez hervida el agua, se mezcla con un litro y medio de agua embotellada del tiempo. De esa manera, está lista para reposar durante quince minutos y coger la temperatura ideal para el cuerpo.

Con el agua templada ya lista, se agregan cuatro cucharadas soperas de aceite de oliva y se remueve bien. Una vez preparado, uno se bebe cuatro vasos del agua preparada y se va a hacer los ejercicios para hacer más fácil el tracto intestinal (los ejercicios son muy fáciles y los tenéis al final del libro). El agua, al contener sal, no es absorbida por los intestinos –un poco sí, pero la mayoría sigue el tracto intestinal deshaciendo todos los residuos fecales y arrastrándolos hacia afuera–.

Después de los primeros cuatro vasos y los ejercicios, se toman otros dos más y se repiten los ejercicios. Para finalizar, se beben los dos últimos vasos; con dos litros es suficiente para una limpieza “normal”. En mi caso, llevo una dieta equilibrada sin comer carne ni pescado, muy pocos dulces y casi nada que no sea integral. Con esos dos litros, al acabar la limpieza el agua sale transparente como ha entrado. Si fuera necesario hay que repetir el proceso hasta lograr que el agua salga limpia.

Después de la limpieza, me sentí mejor y me pude poner manos a la obra con los temas pendientes. Había mucho trabajo que hacer y estaba todo el día sentado delante el portátil; sólo me levantaba para preparar la comida de la familia y hacer unos ejercicios de respiración como mi comida gaseosa, sonreí... Al caer la noche ya había terminado todo el trabajo, o eso es lo que yo creía, porque la mañana siguiente, antes de irme, abrí el correo para ver qué había: ¡sorpresa!, uno de los proyectos no se veía bien y tuve que rehacerlo. Como un relámpago, me dispuse a corregirlo, ya que a las diez salía el autocar hacia Vinaixa, el lugar donde iba a hacer el retiro.

Como decía al principio, iba de bólido; esto querría decir algo, aunque no le veía la conexión. Al subir al autocar, al señor conductor, al darme el cambio, se le cayó la caja de monedas y me dijo: «Hoy tengo un día muy estresado, no me paran de salir las cosas al revés». Hablamos durante el trayecto; el hombre me explicó el día tan desafortunado que llevaba. Yo estaba intentando animarle cuando, de repente, se nos cruzó un perro por delante del vehículo, por lo que el conductor tuvo que frenar a fondo, y ya ves a todo el mundo gritando. Al final se lo llevó por delante. «¡Vaya, pues sí que tiene un día desafortunado el hombre, sí!», pensé, pero más el pobre animal. Lo intenté calmar y le aconsejé que aquel día fuera con mucho más cuidado.

Un día, una persona me dijo: «Fíjate en todo lo que te va pasando durante los días previos al hacer un viaje; esa es la energía que te acompañará durante todo el periodo. Es una ayuda para que te des cuenta de qué tipo de “trabajo” vas a realizar». Ya hace tiempo que lo practico y casi siempre me ha funcionado.

En estos veintiocho días la mente tiene que estar concentrada el mayor tiempo posible; atarla al presente y escribir todas las experiencias en este cuaderno para poderlo compartir con los demás. Pero como dice mi abuela: «Una cosa es el dicho y la otra, el hecho. Del dicho al hecho hay mucho trecho». Para ser exactos, veintiocho días.

Estaba algo nervioso y aparecieron pensamientos como: «no seas tan estricto, no hace falta demostrar nada a nadie, esto no puede ser bueno…», pero ya los conocía y eran viejos amigos de otras prácticas en las cuales lo que pretendía era reeducarme.

Bueno, llegó el momento de la verdad. Lo tenía todo preparado: la esterilla, la manta, el cojín, el agua, una vela para la noche, un bolígrafo y este cuaderno. Todo listo para empezar. Intentaría estar el máximo de tiempo sentado meditando y sólo bebiendo agua.

Anteriormente, había hecho una práctica de estar sentado durante veinticuatro horas sin levantarme para nada, y la verdad es que fue muy dura. El aburrimiento de la mente es un obstáculo bastante difícil de vencer.

Entonces, me dispuse a intentar estar sin levantarme el máximo de tiempo posible. ¡Uf, qué nervios…! Bueno, lo dejé y empecé a bajar el parloteo y afrontar la práctica.


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