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DÍA 7

El día siguiente parecía que todo iba mejor. Me sentía bien. Me estiré, bostecé y me puse a meditar. Aquel día noté que tenía que dejarme fluir; no me enfocaría en nada en concreto y miraría de dejar los pensamientos a un lado. No me resultaba difícil con esta calma…
Aquel día pasó algo extraordinario. Mientras estaba en meditación, tuve un sueño revelador. En pocas palabras, en el sueño, un monje me decía que fuese a Poblet –un pueblecito de la provincia de Tarragona– y que meditase cerca de allí, que en ese lugar recibiría nuevas sensaciones…

Pero quiero explicarte otra historia relacionada con mis “sueños” que a veces tengo. Son muy curiosos por su naturaleza y mis aventuras con ellos. Dan mucho que pensar: dónde empieza la realidad y dónde termina el sueño. Para que puedas entender el sueño tengo que aclarar que mi forma de ver la vida ha cambiado y ahora dejo que la vida misma me sorprenda con lo que suelo llamar “la voz interior”. Sobretodo en mis viajes no fuerzo las situaciones sino me dejo fluir...


ENCUENTRO CON UN SADHU EN LA INDIA

[Sadhu] Asceta hindú o monje que sigue el camino de la penitencia y la austeridad para obtener la iluminación.
 
Lo de los sueños premonitorios no es la primera vez que me pasa. Un año y medio, antes de este ayuno, estaba meditando cuando tuve tres sueños seguidos con un Sadhu de la India. 
En el primer sueño se presentó casi todo desnudo; sólo le cubría las partes íntimas un taparrabos y tenía todo el cuerpo cubierto por una especie de pintura gris. Su piel parecía de plata y tenía un símbolo pintado en la frente: tres rallas paralelas horizontales de color blanco y un punto rojo anaranjado en el entrecejo. Era muy delgado y con barba. Cabellos muy largos –más que la barba– y con rastas a lo Bob Marley.
En el sueño me decía que tenía que ir a la India, que yo ya sabía la ciudad. Había llegado el momento de conocernos y que no me preocupase, que él me encontraría. En las dos siguientes noches soñé lo mismo pero con más información que, con tu permiso, me reservaré.
La primera impresión fue de sorpresa, pero algo dentro de mí me decía que confiara y fuese a la India, concretamente a Haridwar, donde ese año, después de doce años sin hacerse, se celebraba la Kumbhamela. 
[Haridwar] Ciudad del estado de Uttarakhand (India).
[Kumbhamela o Kumbh Mela]. Peregrinaje que se realiza cuatro veces cada doce años en diferentes lugares de la India.

Tenia que ser esa ciudad, porque recuerdo que fue un deseo, después de haberlo leído en un libro de Yoga.   Se lo conté a algunos de mis mejores amigos y parecían no creérselo. No se lo reprocho; en su caso también hubiese tenido mis dudas. 

El 31 de diciembre del 2009 salía de Barcelona y el 1 de enero del 2010 aterrizaba en Nueva Delhi, la capital de la India. Era la primera vez que estaba en la India, aunque en mis sueños ya hace tiempo que había estado.
Mi inglés era de excursionista, pero lo suficiente para viajar por tierras lejanas. Muchas veces me entendían más con gestos que con mi inglés diluido. 

Sólo llegar al aeropuerto me senté en una silla a esperar. Y te preguntarás: «¿a qué?». Pues confiaba en que alguien me guiara, ya que yo no tenía ni idea de cómo llegar a Haridwar y sentía que tenia que esperar, ¿recuerdas que me gusta fluir?.
Más o menos una hora después, una mujer africana se sentó en la silla de al lado y me preguntó algo sobre un vuelo, de modo que entablamos conversación. Le dije que iba a Haridwar pero que no sabía cómo llegar y que sentía que tenia que esperar una señal que me guiase. Se extraño, pero me comentó varias cosas después de que yo le explicase mi sueño.  
Me explico que si lo que quería era ver la ciudad lo mejor era coger un taxi para todo el día –lo cual ya sabía porque lo había visto en Internet, pero del dicho al hecho hay mucho trecho y más en la India– y que el taxista también me llevaría a la estación de trenes. También me contó que no pagara más de quinientas rupias por todo el día y que le dijese al taxista qué es lo que quería ir a ver de la ciudad. Me recomendó algunos templos y lugares a visitar. Nos despedimos  y salí en busca de mi guía taxista. Me pedían mucho más dinero, pero cuando les dije que una persona me había contado lo del precio, en un abrir y cerrar de ojos cogieron la mochila y para dentro, al taxi.
Al taxista, cuyo nombre era muy fácil –mira si lo es que ni me acuerdo– le dije que quería ir a ver templos. Qué pillín el tipo: me llevó a ver una reproducción en miniatura del Taj Mahal y, por casualidad, al lado había una tienda de souvenirs. Entré por educación y salí con las manos vacías con la excusa de que no iba a llevar peso durante todo el viaje, que cuando regresara de vuelta a España puede que pasara. Me miraron y se rieron; vaya pillos.
Cuando regresé al taxi le dejé muy claro, con gestos y palabras, que si me llevaba a más tiendas se podía despedir de las quinientas rupias. Me llevo donde le dije y estuve en diferentes templos meditando y a la hora acordada le dije que me llevara a la estación, que según él salía un tren hacia mi destino, Haridwar.

Vaya follón para comprar un billete. Respiré hondo y esperé a que algo sucediese. Al rato, una persona se me acercó y me preguntó hacia dónde iba. Al conocer el destino, la respuesta fue rotunda: no habían plazas, había que reservarlo con antelación. No obstante, me ofreció la posibilidad de viajar en un autocar que, justamente en una hora, partía de allí. Fui a la tienda donde supuestamente me venderían el billete y después de negociar el precio, me dieron un papel de libreta en el que ponía «vale por un viaje a Haridwar». Ja, y voy yo y me lo creo. Vaya cabreo que pilló el tipo, casi me echa a patadas del local cuando dudé de si ese papelito era válido. Fuera de la tienda había un montón de personas y lo tranquilizaron. Cuando todo volvió a la calma, un señor muy educado se me acercó y me explicó lo ocurrido. En ese momento me di cuenta de que ésa era la forma de hacer las cosas allí en Delhi. El señor me ofreció la misma oferta y acepté. Pensé: «bueno, la experiencia tiene un precio».
Entré en la oficina y me enseñó la foto de un flamante autocar moderno con aire acondicionado… Qué bien, por fin llegaría a la Kumbhamela. Compré el billete y me hicieron montar en un vehículo para llevarme a la parada del bus. Aquella fue la primera vez que subí en un three wheeler. 

[three wheeler] Vehículo de tres ruedas típico de algunas ciudades de la India. 

Fuimos a toda pastilla por las calles de Delhi. Vaya, que me hizo una visita guiada en diez minutos por los barrios más desfavorecidos, ya que el autocar salía en pocos minutos. Llegamos al lugar de donde, supuestamente, salía el autocar.
Yo sólo veía una vieja estructura de hierro con algunas ventanillas y cuatro ruedas. Le pregunté en tono de sorpresa si ése era el autocar tan flamante. Se rió y me dijo con un gesto: «esto es lo que hay». Ya que soy una persona aventurera, me subí y dije: «bueno, voy a probar el transporte de mis tatarabuelos». Con las prisas....

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....el indio se llamaba Vinud Puri. Hablamos largo y tendido. Parecía que no había barreras lingüísticas entre nosotros, como si hubiéramos sido amigos de toda la vida. En un momento de la conversación, le conté mi sueño y él sonrió. Sacó su cartera de la bolsa y me enseñó una fotografía suya, la cual según me contó fue tomada en una ceremonia inicial en la cual los sadhus tiñen sus pieles con aceite y ceniza. En la fotografía pude apreciar tres líneas paralelas blancas en su frente y el punto rojo anaranjado en el entrecejo. Me preguntó, sonriendo:
–¿Es esto lo que viste? 
Estuvimos todo el día paseando y charlando. Me invitó a comer y a cenar en el templo.....

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AMMA POR UN DÍA
 
Por la tarde quedamos con Sevani en su tienda de música. Sevani era un hombre de mediana edad, director de una orquesta en Haridwar, una persona aparentemente adinerada y de buen trato social. Subimos en un three wheeler y tardamos una media hora para llegar a un pueblecito cercano a Rishikesh. No me preguntes...

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Me llevaron por callejuelas con poca luz y ahí saltó el pánico. «Me van a dejar sin lo puesto. Dónde me he metido. ¡Seré imprudente!». Mi miedo asomó cuando menos lo esperaba, pero había algo que me decía, en lo más hondo de mi corazón: «no te preocupes, todo está bien, tranquilízate». Respiré hondo muchas veces hasta que la sensación desapareció. Llegamos a una casita muy, muy modesta en el centro del pueblo. Al abrir la puerta, pude ver a dos niños, dos niñas y una mujer con un bebé en brazos dándonos la bienvenida. Me ofrecieron aposento y un vaso de agua que, por educación y respeto, no rehusé. Hice ver que bebía un poco y lo dejé encima de una estantería que se encontraba por allí cerca.
Sólo llevábamos unos minutos cuando oímos unos golpes en la puerta. Fueron a abrir y empezó a entrar un montón de gente; todos me miraban. Sevani me dio una bolsa de cacahuetes y me dijo que era la costumbre que cuando venía un invitado como yo se hiciese un ritual con la gente del pueblo. Uno a uno fueron pasando y yo interpretaba mi papel de «Amma por un día», pero en vez de dar abrazos daba cacahuetes y bendecía a la gente poniéndoles la mano en la cabeza. Eso es lo que pasaba externamente, pero internamente estaba alucinado. Ya que tenía conocimientos de lo que es el karma , me lo tomé todo como una representación y miré de hacer mi papel lo mejor que pude.

Durante horas me pasé sentado en una silla dando bendiciones a todos los habitantes de ese pueblecito. ¡Suerte que era pequeño! Al finalizar, me invitaron a pasar a una habitación en el interior de la casa. En el suelo había....

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