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DÍA 5

¡Qué bien me desperté! Todavía era de noche y no imaginaba qué hora debía de ser. Me senté en el cojín y me dispuse a concentrarme. Esta vez enfoqué la atención en el oído derecho. ¡Qué paz, Dios mío! No se oían ni los pájaros cantar. El silencio lo inundaba todo y me sentía como si estuviese sumergido en el agua. Qué felicidad. 

Al cabo de un rato, un grato sonido apareció en el tímpano derecho; era como un murmullo, como un riachuelo que me hacía sentir más feliz. El sonido casi inaudible se apoderaba de mí… No sabía cuánto tiempo había pasado, pero diría que mucho. Aún era de noche y me dormí otra vez…

La luz del sol iluminaba mi cara y los cantos de los pájaros me susurraban que me levantara. Me estiré, un par de bostezos y visualicé la clase de Yoga, la misma que ayer. Parecía que estaba algo entumecido; aquellas clases matutinas le iban de perlas a ese precioso cuerpo, gracias al cual podía saborear todos los placeres de la vida. 

En mi opinión, es muy diferente gozar de las cosas de la vida y ser esclavo de los sentidos, pero eso lo dejo para más adelante. 

Entonces me fui a desayunar unos buenos soplos de prana. 108 Nadi Shodhana Pranayama, 108 respiraciones completas y después una relajación para descansar la espalda, que ya empezaba a resentirse de estar todos aquellos días tantas horas sentado. Me tenía que replantear salir a dar una vuelta y hacer unos ajustes en el planteamiento inicial. No estaba tan mal: esta vez había conseguido aguantar cuatro días sin abandonar aquella esterilla y mantenerme concentrado durante aquel tiempo. 

Pero el cuerpo dijo basta. Me levanté, salí de la esterilla y fui a tomar el primer soplo de aire fresco con un paseo. Caminando me di cuenta de que tenía agujetas por todo el cuerpo, como si hubiese ido al gimnasio todos aquellos días. Regresando a casa me vinieron recuerdos de cuando hice mi primer ayuno, hacía unos años. Recordé el primer día, ¡qué dolor de tripas! Parecía que me estaba muriendo. «Qué exagerado», dirás, pero es verdad, el primer día que ayuné la sensación de hambre podía conmigo. 

La verdad, ahora veo que no era para tanto. El estómago a veces se queja porque no le das lo que le apetece y nos envía señales de dolor. No hay que hacerle caso a la primera de cambio porque si no, siempre lo estaríamos mimando en exceso. 

Después del primer día de ayuno, los dolores fueron desapareciendo. Mi primer ayuno parcial fue de un almuerzo, después la comida y finalmente, la cena. Después de un día, probé tres. Más adelante probé una semana, juntando también la limpieza del “Tantra Colón”. En otra ocasión hice catorce días, y el más largo hasta hoy ha sido de veintiún días junto con la limpieza hepática que hice en el último día. En todos los casos los síntomas han sido los mismos. El estómago, acostumbrado a funcionar en unas horas determinadas, si no le das nada de comer, se queja. Con la práctica, te das cuenta de que eso solo es un hábito y que no hay por qué preocuparse. 

Los ayunos los hago con un litro o menos de zumo de manzana por día. El peor enemigo del ayuno no es la pérdida de peso; en el anterior ayuno, cuando llevaba veinte días había perdido dos kilos. Pero después de la limpieza hepática, con la que pierdes mucha agua, pesaba cuatro kilos menos. En conclusión, podría decir que lo que más cuesta no es la parte física, sino la mental. Oler aromas, ver los colores de los alimentos… Eso es lo que hace despertar el hambre. Por eso, si se puede, los primeros ayunos es mejor hacerlos solos y sin comida cerca porque lo más seguro es que te cueste muchísimo más conseguir tu objetivo. 

En aquel ayuno, que también combiné con prácticas de Yoga, me di cuenta de que al estar más estático y sin tantas distracciones, percibía más la sensación de hambre. Pero a eso hemos venido, a “vencer al hambre”. 

Eso es debido a que cuando uno se aburre, normalmente va a la nevera a distraerse un poco y picar algo. Nos pasa a todos; si no, obsérvalo. Cuando estés aburrido, observa como para distraerte llenas el estómago. Las amas/amos de casa lo tienen más complicado porque casi todo el día están haciendo comida y su fuerza de voluntad tiene que ser mayor. El aburrimiento es el peor enemigo de la mente. Ésta siempre necesita alimentarse de cosas nuevas o, por lo menos, eso le parece. Cuando no tenemos nada nuevo que hacer, la mente se inquieta y empieza a maquinar cómo distraerse. 

Te invito a que lo practiques. Durante el tiempo que elijas –podemos empezar por una hora e ir subiendo si vemos que nos resulta fácil–, no te muevas de un sitio de dos metros cuadrados y permanece estático el máximo de tiempo que te sea posible. Cuando el cuerpo esté dolorido, puedes moverte y después volver a la posición inicial. Con esta práctica, reforzamos la voluntad de no movernos aunque tengamos ganas de hacerlo. Lo más importante de la práctica no es estar quieto físicamente, sino observar cómo trabaja la mente. Déjala surfear por todos los pensamientos que fabrique, pero tú limítate a observarlos.

Hay personas que casi todo les aburre y no encuentran nada que les satisfaga. Esas personas tienen más probabilidades de caer en "depresión" que otras,según mi opinión. La depresión, a mi forma de ver –y no soy psicólogo–, es una inapetencia por las actividades cotidianas, nada llena. Todos hemos pasado episodios, más o menos largos, de depresión en nuestra vida. El remedio a la depresión es tener la ayuda de alguien en quien confíes y sepa darte opciones allá donde tú no las ves. No hay que llegar a una depresión profunda, no tenemos que dejar que nuestra vida entre en un círculo sin sentido. La mejor manera es observar qué está ocurriendo en nosotros y pedir ayuda cuando no veamos la solución. Todos nos ayudamos entre todos. 

Para evitar que nuestra vida se vuelva monótona, que puede ser el principio de una depresión, tendríamos que practicar la atención en nosotros mismos, también llamada “meditación analítica”. Una forma de practicarla es preguntándose si uno es feliz con la vida que actualmente lleva. Si la respuesta es negativa, ir anotando en un cuaderno qué es lo que nos hace ser infelices. Una vez localizados los puntos, hay que trabajarlos por separado. 

Imaginemos que no soy feliz con mi trabajo; ése podría ser un punto. Lo segundo que me preguntaría es qué parte del trabajo me hace infeliz, y así sucesivamente con todos los puntos sobre el trabajo, y lo mismo con cada punto. Por ejemplo, siguiendo lo dicho anteriormente, podría no estar contento con el encargado que tengo porque me hace la vida imposible. Entonces podría ver que no es el trabajo el que me hace infeliz, sino las condiciones del mismo. Este ejercicio es el mismo que realizarías con una persona que lo observara desde afuera y pudiese guiarte. 

Si practicas la meditación analítica, tu vida cambiará. Tendrás conciencia de lo que no funciona y lo más importante, no siempre habrá alguien a tu lado que pueda ayudarte a tomar las decisiones más importantes de tu vida. Podrías pensar que cambiando de trabajo está todo solucionado, pero si no has profundizado lo suficiente y cambias de profesión, puede que en la siguiente empresa también te encuentres con un encargado borde que te haga la vida imposible. 

Los problemas de la vida no son para tomarlos a la ligera, hay que profundizar bastante; incluso puede ser que seas tú mismo el que causa ese efecto en los demás. Si en todos sitios te pasa lo mismo, hay que buscar mejor cuál es la raíz del problema. Seguramente, si el problema reside en ti y en tu forma de ver la vida –y eso nos pasa con todo: matrimonio, familia, trabajo, amigos…–, los problemas irán contigo allá donde tú vayas. Es mejor no abandonar nada si se tiene la suficiente fuerza para aguantar, ya que eso nos ayudará a hacernos más conscientes de nosotros mismos y, a la larga, mejorará nuestra calidad de vida. Por un lado, nos conoceremos mejor y, por el otro, conoceremos mejor a los demás.

Ya estaba anocheciendo y era hora de hacer otra práctica. Empecé a contar ovejitas; unas 1200 serían suficientes unidas a la respiración. 


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